Imaginemos la primera infancia sin aprendizaje. Imaginemos la escuela como un lujo, no una prioridad.
Para casi la mitad de los niños y niñas del mundo –en especial las niñas y los que forman parte de las poblaciones marginadas– la educación en la primera infancia no está garantizada, y ello a pesar de que esta etapa constituye el periodo más importante de nuestra vida en materia de desarrollo, en el que se asientan los cimientos cognitivos, emocionales y sociales sobre los que edificamos nuestro futuro.
El desarrollo del cerebro de un niño o niña depende de los estímulos del entorno, en especial de la calidad de la atención y la interacción que reciban. Un bebé que es abrazado, arrullado, consolado y estimulado visualmente cuenta con una ventaja fundamental. Los niños y niñas que reciben atención y buenos cuidados tienen más facilidad para desarrollar habilidades cognitivas, lingüísticas, emocionales y sociales, suelen crecer más sanos y tienen más autoestima. Cada uno de estos aspectos es crucial para nuestro bienestar como adultos: ciertamente, nuestras experiencias en la primera infancia dan forma al adulto en que devenimos.
Estudios realizados en los países en desarrollo, de hecho, vinculan los programas de desarrollo de la primera infancia con unos índices más elevados de matriculación en la escuela primaria y un mayor rendimiento académico, que más tarde incidirán en las oportunidades de empleo.
Cuando los niños y niñas comienzan la escuela tarde y carecen de los instrumentos necesarios para el aprendizaje, su evolución educativa se resiente y son más proclives a abandonar la escuela, contribuyendo así al ciclo intergeneracional de la pobreza. Es fundamental preparar adecuadamente a los niños y niñas para la escuela primaria, que comiencen la escuela en su debido momento y que reciban una educación completa y de gran calidad.
Además, las sociedades deben abordar la discriminación entre los géneros desde el momento del nacimiento. Para cuando comienzan la educación preescolar, la mayoría de los niños y niñas han adoptado papeles asignados en razón del género y modelos de comportamiento socialmente aceptados que influyen enormemente en su educación y en sus vidas.
Preparando a los niños y niñas para la escuela les dotamos de las herramientas que necesitan para forjarse una vida satisfactoria, convertirse en ciudadanos de provecho y ocupar su lugar en la comunidad mundial.
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